Hace muchos siglos, un soplo del Creador nos dio la vida en este maravilloso
planeta, llamado Tierra. Pertenezco a la especie denominada plantas, y mi
nombre es “Tejo”.
Pobladores de valles y montañas, teníamos el respeto de aquellos que,
según la creencia de su ego, se conceptuaban a sí mismos
seres “superiores”: los hombres.
En la época celta éramos considerados como árboles sagrados. ¿Recuerdas
cuando vuestros ancestros, los druidas, hacían bastones mágicos y predecían el
futuro con palillos que fabricaban con la carne de nuestras ramas? Tú humano,
yo árbol, convivíamos en armonía
El hombre apreció la flexibilidad que poseemos y construyó numerosos
arcos y ballestas, con los que, en tiempos de discordia entre los de vuestra
raza, obtendría la victoria en innumerables batallas. Descubrió nuestro néctar
letal y, en las derrotas sufridas, lo utilizó para ayudar a morir con honor a
los guerreros de algunas tribus que, apresados por el enemigo, optaban por
poner fin a sus días bebiendo infusiones elaboradas con la savia de la corteza
que nos envuelve, evitando así verse sometidos a la esclavitud. Tú humano, yo
árbol, convivíamos en armonía.
Corriendo períodos de paz, fuimos utilizados en la fabricación de ejes
para carros y toneles; e incluso, asentamos las posaderas de los más adinerados
en las famosas sillas de Windsor.
En vuestra constante búsqueda descubristeis que, igual que os dábamos la
muerte, también podíamos ayudaros a proteger la vida de los bebés que corrían
peligro de no llegar a nacer, o salvaros de una muerte segura en las mordeduras
de algunos ofidios.
El hombre fue adquiriendo más conocimientos y en el siglo XVIII supo de
nuestro efecto sanador sobre la malaria y las enfermedades reumáticas.
Hace décadas, los científicos
descubrieron las propiedades curativas que contiene nuestra rugosa piel.
Podemos preservar a los hombres de esa terrible enfermedad a los que ellos
denominan cáncer, y nos sentimos felices de ayudarles. Tú humano, yo árbol, convivíamos en armonía.
El ego del hombre se fue
acrecentando en la misma proporción que aumentaban sus conocimientos, conceptuando
al raciocinio su Dios, y olvidando que la verdadera esencia habita en el
corazón. En frenética carrera hacia ninguna parte, mutó respeto por desprecio
y humildad por prepotencia, considerando
al resto de los habitantes del planeta sus siervos. ¡Humano!, detente un
instante y observa; aquieta tu mente y siente. Ahora dime, ¿qué ves? Yo árbol
¿y tú…?
Conocidos como árboles de la vida y de la muerte, convivimos con esa
dualidad existente entre nuestra extraordinaria longevidad y nuestra elevada
toxicidad.
Algunos miramos al cielo cerca de
las ermitas y de los cementerios. Mas lo cierto es que cada vez somos menos
No te juzgo, ser humano, poblador de
la tierra; pero al observar tus andanzas, no puedo reprimir el miedo. Si no te
respetas a ti mismo, si era capaz de aniquilar a los de tu especie por
ideología política, por desmedida ambición de poder o por el mero hecho de
querer dominar el mundo, ¿qué no harás conmigo cuando me consideres inútil?
FIN
La oración de Tejo, diría yo, el hombre en su ceguera nada ve, sólo quiere poseer sin importarle como ni a que precio.
ResponderEliminarAmiga me encanta tu manera de escribir, me quito el sombrero rodilla en tierra ante ti.
Un fuerte abrazo.
Querido amigo Moli, muchísimas gracias por tus palabras. Es muy hermoso lo que dices, aunque disto mucho de merecer tan bellas alabanzas.
ResponderEliminarEn efecto, el hombre en su desmedida ambición, utiliza a todo y a todos con tal me prosperar y acumular propiedades y riqueza.
El Tejo, dolorido,lamenta su destino y teme por su incierto futuro.
Un abrazo fuertote.
Entraré a conocer tu blog.