lunes, 17 de septiembre de 2012

LA SOLEDAD DEL TEJO


               
Hace muchos siglos, un soplo del Creador nos dio la vida en este maravilloso planeta, llamado Tierra. Pertenezco a la especie denominada plantas, y mi nombre es “Tejo”.
Pobladores de valles y montañas, teníamos el respeto de aquellos que, según la creencia de su ego, se conceptuaban a sí mismos  seres “superiores”: los hombres.
En la época celta éramos considerados como árboles sagrados. ¿Recuerdas cuando vuestros ancestros, los druidas, hacían bastones mágicos y predecían el futuro con palillos que fabricaban con la carne de nuestras ramas? Tú humano, yo árbol, convivíamos en armonía
El hombre apreció la flexibilidad que poseemos y construyó numerosos arcos y ballestas, con los que, en tiempos de discordia entre los de vuestra raza, obtendría la victoria en innumerables batallas. Descubrió nuestro néctar letal y, en las derrotas sufridas, lo utilizó para ayudar a morir con honor a los guerreros de algunas tribus que, apresados por el enemigo, optaban por poner fin a sus días bebiendo infusiones elaboradas con la savia de la corteza que nos envuelve, evitando así verse sometidos a la esclavitud. Tú humano, yo árbol, convivíamos en armonía.
Corriendo períodos de paz, fuimos utilizados en la fabricación de ejes para carros y toneles; e incluso, asentamos las posaderas de los más adinerados en las famosas sillas de Windsor.
En vuestra constante búsqueda descubristeis que, igual que os dábamos la muerte, también podíamos ayudaros a proteger la vida de los bebés que corrían peligro de no llegar a nacer, o salvaros de una muerte segura en las mordeduras de algunos ofidios.
El hombre fue adquiriendo más conocimientos y en el siglo XVIII supo de nuestro efecto sanador sobre la malaria y las enfermedades reumáticas.
 Hace décadas, los científicos descubrieron las propiedades curativas que contiene nuestra rugosa piel. Podemos preservar a los hombres de esa terrible enfermedad a los que ellos denominan cáncer, y nos sentimos felices de ayudarles. Tú humano, yo árbol, convivíamos en armonía.
            El ego del hombre se fue acrecentando en la misma proporción que aumentaban sus conocimientos, conceptuando al raciocinio su Dios, y olvidando que la verdadera esencia habita en el corazón. En frenética carrera hacia ninguna parte, mutó respeto por desprecio y  humildad por prepotencia, considerando al resto de los habitantes del planeta sus siervos. ¡Humano!, detente un instante y observa; aquieta tu mente y siente. Ahora dime, ¿qué ves? Yo árbol ¿y tú…?
Conocidos como árboles de la vida y de la muerte, convivimos con esa dualidad existente entre nuestra extraordinaria longevidad y nuestra elevada toxicidad.
            Algunos miramos al cielo cerca de las ermitas y de los cementerios. Mas lo cierto es que cada vez somos menos
            No te juzgo, ser humano, poblador de la tierra; pero al observar tus andanzas, no puedo reprimir el miedo. Si no te respetas a ti mismo, si era capaz de aniquilar a los de tu especie por ideología política, por desmedida ambición de poder o por el mero hecho de querer dominar el mundo, ¿qué no harás conmigo cuando me consideres inútil?
FIN                                                              



                                                                   

2 comentarios:

  1. La oración de Tejo, diría yo, el hombre en su ceguera nada ve, sólo quiere poseer sin importarle como ni a que precio.
    Amiga me encanta tu manera de escribir, me quito el sombrero rodilla en tierra ante ti.
    Un fuerte abrazo.

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  2. Querido amigo Moli, muchísimas gracias por tus palabras. Es muy hermoso lo que dices, aunque disto mucho de merecer tan bellas alabanzas.
    En efecto, el hombre en su desmedida ambición, utiliza a todo y a todos con tal me prosperar y acumular propiedades y riqueza.
    El Tejo, dolorido,lamenta su destino y teme por su incierto futuro.
    Un abrazo fuertote.
    Entraré a conocer tu blog.

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