LA HECHICERA Y SU PÓCIMA SECRETA
Érase
una vez un joven que, deseoso de triunfar en la vida, decidió visitar a la
vieja hechicera del bosque, famosa por sus pócimas mágicas, capaces de hacer
realidad hasta los sueños más inverosímiles.
Llegó
hasta la humilde choza donde habitaba la bruja y, con voz temerosa preguntó.
-¿Se
puede?
Desde
el fondo de la cabaña, se escuchó una dulce voz, que le respondió:
-
Pasa, hijo mío. ¿En qué puedo ayudarte?
El
muchacho exclamó:
-
Deseo ser el más valiente de los cazadores para así poder gozar de la
admiración de toda la aldea.
La
adivina, que no había apartado la mirada ni un solo instante de sus ojos, con
voz serena, le respondió:
-
Bebe cada mañana al despertarte siete tragos de éste bebedizo secreto, y tu
sueño se hará realidad.
Así
lo hizo y en poco tiempo el chico se convirtió en un cazador cuyo valor era
reconocido en toda la región. Orgulloso de sus hazañas, el mozo volvió a
visitar la humilde choza de la maga.
Con
extremada prudencia dio unos toquecitos en la puerta y, sin esperar respuesta,
dijo:
-
Soy yo. Vengo nuevamente alentado por los logros conseguidos. La hechicera, con
la misma benevolencia de antaño, le respondió:
-
Pasa, hijo mío. ¿En qué puedo ayudarte?
El
joven prosiguió:
-
Como veo que tus brebajes son infalibles, vengo a pedirte ayuda para ser un
hombre muy rico y poderoso, y así ganarme el respeto de todo el pueblo.
La
pitonisa le respondió:
-
Bebe cada mañana al despertarte siete tragos de este bebedizo secreto, y tu
sueño se hará realidad.
El
muchacho siguió el consejo y pronto se convirtió en un hábil comerciante, cuya
fortuna era difícil de calcular. Agradecido, decidió visitar nuevamente a le
adivina. Al llegar a la choza, encontró a la anciana preparando uno de sus
famosos cocimientos.
- Vengo a darte las gracias – exclamó el chico
–. Sin tus filtros secretos, jamás hubiese conseguido triunfar.
La
hechicera, cuya mirada era una fuente
inagotable de amor, miró fijamente al joven y le respondió:
-
Hijo mío, me hace muy feliz saber que conseguiste todo aquello que anhelabas,
pero he de confesarte algo: Las pócimas que te di tan sólo eran zumo de frutos
silvestres. La magia que te ayudó a conseguir que tus sueños se cumpliesen no
era otra cosa que la seguridad en ti mismo y la fe que guardas en tu corazón.
FIN