AVENTURA EN EL BOSQUE
Érase una vez un hermoso lobezno de pelaje gris. Travieso y retozón, se
divertía jugando al escondite con su madre y sus hermanos lobitos. El intenso
color azul del iris de sus ojos hizo que le pusieran de nombre Lobo Azul.
- No os alejéis demasiado. Pronto oscurecerá - advirtió mamá loba.
Lobo Azul, curioso por naturaleza, decidió aprovechar el juego para
explorar los secretos del bosque, desoyendo los consejos de su madre.
Junto al arroyo, entre la vegetación, descubrió a una rana patilarga.
Lobo Azul saltó para atraparla; era su primera aventura como cazador, pero la
rana, adivinando las intenciones del lobezno, se escabulló dentro del agua,
escapando de las garras del cachorro.
Desilusionado ante el fracaso de su primera cacería, continuó buscando un
lugar donde esconderse. No quería ser el primero en ser descubierto. Corrió y
corrió, mientras mamá loba con los ojos cerrados, contaba hasta cien.
El viento sur mecía la hierba y las hojas de los árboles. Lobo Azul,
entusiasmado por la belleza del paisaje, observaba con detenimiento las plantas
y flores del campo; no quería perderse ningún detalle. Para esconderse eligió
un frondoso pino, tras el que permaneció durante mucho tiempo. Cansado de
esperar a que lo encontrasen, salió
de su escondite. Miró a uno y otro lado,
pero no vio a nadie.
- ¿Dónde estarán mis hermanos lobeznos y mamá loba? - se preguntó,
extrañado.
Corrió de un lado a otro buscando las huellas de su madre y sus hermanos,
mas no encontró ni rastro de ellas.
Sediento por la caminata, llegó al río y bebió sus cristalinas aguas
hasta calmar la sed. La noche, con su manto cuajado de estrellas, cubrió el
bosque. Lobo Azul, asustado, recordó las advertencias que mamá loba le hacía
siempre sobre los peligros del bosque.
De pronto, una dulce voz femenina le sacó de sus pensamientos:
-¿Qué haces en el bosque a estas horas? ¿No deberías estar durmiendo?
Lobo Azul, sorprendido, miró a uno y otro lado.
- No tengas miedo. Soy la luna, la
reina de la noche.
El pequeño lobo elevó sus ojos hasta el cielo. La luna de plata danzaba
entre las estrellas. Coqueta, se miraba en el espejo de las aguas del río,
alardeando de su belleza.
- ¡Qué guapa es! - pensó el lobezno con admiración. Había escuchado
muchas historias sobre la luna y los lobos, pero nunca la vio tan de cerca.
Como si pudiera escuchar los pensamientos del cachorro, la luna respondió
de inmediato:
- Desde siempre han existido
numerosas leyendas sobre la mágica relación que existe entre los lobos y yo;
pero todas las leyendas son mitad verdad, mitad fantasía.
Tras unos segundos, la luna preguntó a Lobo Azul:
- ¿Te has perdido?
- Si - asintió, avergonzado.
- Desobedeciste a tu madre. Eso no está bien; lo sabes, ¿verdad?
- Si, lo siento - admitió el lobezno, bajando la mirada.
- No te preocupes, pequeño.
Sígueme; yo te guiaré hasta la manada.
- ¿De verdad lo hará, Señora Luna?
- Confía en mí. Sigue el curso del río; el reflejo de mi rostro en las
transparentes aguas te servirá de guía.
Lobo Azul se sintió aliviado. Caminó durante horas, hasta acabar extenuado. Agotado y somnoliento, se reclinó junto a
abedul para descansar. Apenas se hubo recostado, quedó dormido de inmediato.
Cuando despertó había amanecido; buscó a
la luna en el río y en el cielo, pero
no estaba. Lobo Azul se sintió abandonado.
- ¿Quién va a ayudarme ahora? – pensó,
angustiado.
Una serpiente se deslizaba contoneando su cuerpo sobre el campo. A través de sus grandes ojos,
observaba con minuciosa atención a Lobo Azul. Y no porque quisiera
hipnotizarle, sino porque las serpientes carecen de párpados y no pueden cerrar
los ojos.
- ¿Qué haces por estos lugares? – le preguntó.
- Me he perdido y no encuentro el camino de regreso a la guarida. La luna
prometió ayudarme, pero me ha dejado
solo.
- No debes fiarte de todos los que encuentres en tu camino - replicó la
serpiente -. La luna es mágica y engañosa; con su hechizo de plata, hace ver cosas que en realidad no
existen. Cuando llega el día se esconde y,
por más que la busques, no podrás
hallarla.
La serpiente continuó su charla, evitando acercarse demasiado a Lobo
Azul; no quería asustarle. Los reptiles de su raza no devoran a los lobos, pero
el cachorro era demasiado joven y tal vez lo ignorase.
- Con la luz del día podrás ver con mayor claridad.- continuó explicando
la serpiente-. Utiliza sabiamente tus sentidos si quieres regresar sano y salvo
a tu guarida. Escucha atentamente los aullidos, gruñidos y ladridos de los
animales; presta mucha atención a tu olfato para distinguir el olor de las
diferentes especies y agudiza la vista para reconocer las huellas de la manada
de lobos. Recuerda que en el bosque existen multitud de animales; algunos
pueden ser tus aliados, y otros, feroces enemigos Deberás aprender a
distinguirlos; de no ser así, te perderás siempre. El bosque está lleno de
peligros para alguien tan indefenso como tú.
El lobezno sentía ganas de llorar;
pero reprimió el llanto, intentando
parecer valiente.
- Gracias por sus consejos, Señora Serpiente.
- Buena suerte, pequeñín.
Lobo Azul emprendió el camino a casa, poniendo en práctica los consejos
recibidos.
De pronto, sintió un intenso dolor
en una de sus patas traseras; intentó seguir caminando, pero no pudo. Había
quedado atrapada en un cepo. Cegado por las lágrimas, aullaba con desesperado lamento.
Pedro caminaba por el bosque en busca de leña. Amante de los animales,
poseía en su granja un refugio para aquellos que encontraba heridos o
abandonados.
Alarmado por los aullidos del lobezno, acudió en busca del animal herido.
Le encontró a los pocos metros, desfallecido y con la patita
ensangrentada.
- ¡Un hombre! - exclamó Lobo Azul, alarmado. Temblaba de dolor y sus
dientes castañeteaban de miedo.
Recordó las temibles historias que antaño le narraron sus antepasados; historias en las que el hombre era el
peor enemigo del lobo. Competidores irreconciliables, disputaban por capturar
las mismas presas: jabalíes, corzos, cabras montesas o conejos.
Pedro se acercó con sigilo hasta el cachorro para no asustarle.
- No te preocupes, pequeño, te rescataré - le dijo, con ánimo de aliviar
su temor.
Le liberó del cepo y le cogió en brazos para llevarle hasta la granja.
Una vez en el hogar, desinfectó las llagas y vendó la pata herida del lobezno.
Le alimentó y le dio agua. El pequeño lobo estaba muy débil; había perdido mucha sangre y presentaba signos de deshidratación.
Lobo Azul admiró, sorprendido, a su salvador. Su comportamiento no
se parecía en nada a lo que le habían contado sobre los humanos. Pudo comprobar
que, como ocurre con cualquier otro ser vivo, no todos los hombres eran malos.
Descubierta la bondad del ser humano, se sintió satisfecho y agradecido.
Por fin, llegó el gran día;
Lobo Azul se había recuperado por completo.
- Es el momento de volver con
tu familia - dijo Pedro -. Te llevaré de nuevo al bosque para que puedas
regresar con la manada.
Recorrieron muchos kilómetros antes que Pedro reconociese las huellas de
los lobos en el bosque.
Al sentir que alguien le observaba, se detuvo en seco. Descubrió entre
unos matorrales la profunda mirada de unos ojos rasgados, color ámbar. Era la
madre de Lobo Azul.
Se miraron a los ojos durante unos minutos. No había odio en sus miradas;
transmisoras de nobles sentimientos, comprendieron que el hombre y los lobos no
son enemigos. Ambos actúan de igual modo: solo atacan cuando se sienten
amenazados o acorralados.
Pedro acarició al lobezno en señal de despedida; Lobo Azul le lamió la mano, agradecido por los cuidados y
mimos recibidos durante su convalecencia. Tras la emotiva despedida, el
cachorro corrió feliz hacia mamá loba.
Pedro regresó a su hogar y el lobezno volvió junto a la manada, donde
recibió una buena reprimenda por desobedecer a su madre. Los corazones de Pedro
y de los lobos quedarían unidos para siempre.
El tiempo pasó y Lobo Azul se convirtió en un hermoso y valiente lobo, de
pelaje gris y rasgados ojos azules. Cada noche de luna llena, subía a la montaña más alta del
bosque, elevaba los ojos al cielo y aullaba a la luna.
Desde su granja, Pedro reconocía, con orgullo y admiración, la majestuosa
figura del lobo sobre la cima de la montaña. Ambos sabían que el mágico ritual
era el homenaje de respeto y agradecimiento que Lobo Azul y su manada hacían a
Pedro por salvarle la vida y enviarle de nuevo a casa. Habíase reconciliado,
para siempre, la relación entre lobos y humanos.
FIN