He creado este blog para compartir mis cuentos. Los lectores, desde los más pequeños hasta los más veteranos, encontrarán principios básicos para construir una estructura vital y satisfactoria, a través de narraciones sencillas, con personajes sensibles, repletos de sentimientos auténticos que nos ayudarán a entendernos mejor, acercándonos a nosotros mismos y a los que nos rodean, desde otro punto de vista, desde nuestro interior.
viernes, 9 de noviembre de 2012
EL PASTOR Y LA PALMERA
Érase una vez un joven pastor que decidió independizarse. Para ello construyó una hermosa casa de madera. Se sentía feliz y orgulloso, hasta que un día estalló una fuerte tormenta y un rayo fulminante la destruyó.
El ganadero, que tenía una gran fuerza interior, pensó:
“No importa. Comenzaré de nuevo”.
Construyó una nueva vivienda, y compró unas cuantas ovejas. Sentíase realmente satisfecho; pero un amargo día llegó una peste terrible, que acabó con todo su rebaño.
El ovejero, apesadumbrado, recapacitó:
“No importa, comenzaré de nuevo”.
Trabajó muy duro, y pronto tuvo un nuevo rebaño. Como era joven y apuesto, concluyó:
“Ya es hora de que forme mi propia familia. Buscaré una buena mujer, me casaré y tendré hijos, que me ayudarán en las labores del pastoreo”
Y así lo hizo.
Pasó el tiempo, y un crudo día de invierno su amada esposa, que era muy ambiciosa, le abandonó llevándose todos los ahorros acumulados durante el matrimonio.
El ganadero, derrotado y angustiado, decidió:
“Pondré fin a mi vida. Estoy cansado de perder todo aquello que obtuve con esfuerzo. “No quiero sufrir más”.
Fue al bosque, y después de caminar durante mucho tiempo, concluyó:
“Este es un buen sitio para terminar mis días. Está alejado del pueblo y nadie me encontrará”.
Cogió una astilla de árbol y, cuando iba a atravesar con ella su dolorido corazón, escuchó una potente voz, que le advirtió:
-¿Qué vas a hacer?
El ovejero miró y miró a su alrededor, y no vio a nadie.
De pronto, la voz exclamó nuevamente:
-¿Qué vas a hacer?
En ese instante, se dio cuenta de que la voz provenía de una palmera que estaba situada detrás de él. Se volvió, respondiendo:
- Estoy cansado de sacrificarme y, justo cuando consigo algo que me hace feliz, la vida me lo arrebata. Soy muy desgraciado, y ya no quiero luchar más.
La palmera, con voz serena, le replicó:
- Amigo mío. ¿Ves esos árboles frutales que se levantan en aquella granja cercana? Todos ellos consiguen sus frutos a los pocos meses; incluso las hortalizas obtienen productos enseguida. Sin embargo, mírame a mí; tengo cuatrocientos cincuenta años y, todavía, tendré que esperar otros cincuenta años más para ver cumplido mi sueño de parir exquisitos dátiles. ¿Acaso crees que no se me hace costosa y larga la espera? Pero ni los huracanes, ni las tormentas de nieve, ni los electrizantes rayos, ni siquiera la despiadada mano del hombre, han conseguido mitigar mi esperanza. En este mundo, amigo mío, hay que saber esperar y no rendirse jamás ante los obstáculos, sino aprender de ellos y continuar caminado por sus largos senderos. Solo así conseguirás, un buen día, recoger la recompensa que la vida haya gestado para ti.
El pastor, que había escuchado atentamente la lección que le daba la palmera, la miró, y con un renovado brillo de esperanza en la mirada, dijo:
- Gracias, amiga, tu consejo es muy sabio y no lo olvidaré jamás. Ahora, más que nunca, estoy dispuesto a comenzar de nuevo.
Arrojó la astilla que aún pendía de su mano y, con la cabeza erguida y una renovada sonrisa en los labios, regresó nuevamente al pueblo.
FIN
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Reitero lo que comente en Falsaria.
ResponderEliminarHermosa historia con un buen mensaje. Me gustó por que es mi filosofía de vida.
Un abrazo amiga.
No sabes cuanto me agrada leer tu comentario; es maravilloso comprobar que existe gente como tú, personas que valoran algo más que lo externo; personas que tienen fe y esperanza en la humanidad.
ResponderEliminarUn beso,amigo.