"Más fuerte que el instinto" es un cuento que refleja los sentimientos de culpa, a veces equivocados, que sentimos por actuar conforme a nuestra propia naturaleza.
Espero sea de vuestro agrado y, como siempre, agradezo vuestros comentarios.
Un besazo muy fuerte a todos.
MÁS FUERTE QUE EL INSTINTO
Érase una vez un lindo gato persa, llamado Duque, de cuerpo redondeado y
musculoso, estructura ósea robusta y patas gruesas, cabeza ancha y redonda,
mejillas salientes y nariz corta. Tenía las orejas pequeñas y el pelaje espeso
y sedoso, en la base blanco y ahumado en las puntas. En sus redondos y vivos
ojos se reflejaba el felino color verde.
Duque, era un gato dulce, de temperamento tranquilo y pacífico.
Necesitado de afecto, requería
frecuentes muestras de cariño. Muy dormilón, le encantaba oír piropos
referidos a su belleza. Gran observador y poco expresivo, cazaba roedores,
pájaros y peces.
Disfrutaba acurrucándose en el regazo de la abuela María, la cual pasaba
interminables horas delante del televisor. Mientras la buena señora veía las
telenovelas o los programas de actualidad, acariciaba al animalito.
A sus siete años de edad, a Nacho le gustaba jugar con Duque, al que
lanzaba una bola de papel de periódico, a modo de pelota, para que el minino corriese
a buscarla; o la balanceaba pendida de
un hilo con objeto de que el gato intentara cazarla como si fuese una golosa
presa.
Muchas eran las razones de Duque para sentirse el rey del hogar, en el
que gozaba de los mimos y piropos de toda la familia. Mas oyó comentar, cierta
mañana de primavera, que una nueva mascota estaba a punto de incorporarse a la
casa.
El gato sintió celos de inmediato. Acostumbrado a acaparar las
atenciones, le costaba hacerse a la idea de tener que compartir el cariño con
un intruso.
Por fin, llegó el día anunciado. Duque percibió, desde el sofá en que
reposaba, el ruido característico del Opel Corsa familiar. El gato vio cómo
Nacho salía del auto sosteniendo una pequeña caja entre las manos; su padre,
detrás, llevaba un envoltorio de plástico.
El minino, intrigado, se escondió tras la puerta del salón. Sentía
inmensa curiosidad por conocer a quien presumía como rival.
Reunida la familia, el papá de Nacho sacó la jaula que escondía la bolsa;
la mamá y la abuela esperaban, expectantes, a conocer al nuevo miembro del
grupo.
El niño abrió la cajita y cogió con mucho cuidado a la mascota. La abuela
abrió la puerta de la jaula, y Nacho colocó en el interior un precioso canario
de amarillo plumaje.
El gato, sorprendido, abrió exageradamente sus enormes ojos. No
podía ser cierto lo que veía.
- ¡Un pájaro! - exclamó, tapándose la boca para que no pudieran
escucharle.
Tantas mascotas como hay en el mundo y tenían que comprar un canario. ¿Es
que nadie había reparado en su condición de gato? Los gatos comen pájaros.
Desolado, marchó al desván y se recostó en su viejo y mullido almohadón.
- ¡Duque! ¿Dónde estás? - preguntaban -. Tienes que conocer a Romeo.
- Conocer a Romeo - repitió, en
tono irónico, el felino -. ¿Cómo sería posible hacerse amigo de un pájaro que
solo le avivaba el apetito?
Nacho descubrió al minino recostado.
- ¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal?
El niño le cogió en brazos, le llevó al salón e hizo la presentación.
- He aquí a Romeo. Como verás, es muy lindo. Todavía desconoce la casa y
está asustado; pero en cuanto se sienta
cómodo en su nuevo hogar, seguro que
comenzará a cantar. Seréis buenos amigos - afirmó Nacho, acariciándole.
- Miau - maulló el minino. Adoraba tanto al niño que no deseaba
contrariarle.
Los días siguientes la familia en pleno estuvo pendiente del gato,
evitando que la llegada del canario fuera traumática para Duque. Desde que
ingresase en la morada, siendo cachorrillo, todos le adoraban.
A su vez, sensible y de buen corazón, el minino hacía grandes esfuerzos
para convivir en armonía con Romeo. Por nada del mundo quería que éste sintiera
rechazo. No obstante, debido a su instinto carnívoro, evitaba acercarse
demasiado a la jaula.
Se entretenía para evitar los malos pensamientos. Jugaba en el jardín con
Nacho, o en la cocina con la abuela María.
Una calurosa tarde, mientras dormía la siesta en el sofá del salón, Duque
sintió un cosquilleo en la espalda.
- Hola.
Al escuchar junto a su oreja izquierda la dulce voz del ave, el gato
creyó estar soñando.
- ¿Duermes? - preguntó, curioso,
el pájaro.
Duque saltó, sorprendido. El canario, atemorizado, echó a volar y se posó
en el televisor. Mientras, el gato frotábase los ojos con sus patas delanteras,
para recuperarse de la impresión. ¿Qué hacía Romeo suelto?
- ¿Te he asustado?- inquirió el canario.
Duque respiró profundamente antes de responder, tratando de calmar la
ansiedad:
- No te preocupes; soñaba, pero ¿qué haces fuera de tu bonita jaula?
- Nacho me ha dejado salir. -
contestó el pájaro - .Quiere que pueda
moverme en libertad. ¡Es muy divertido! Dice que si no vuelo con
regularidad, mis alas se atrofiarán.
- Nacho sabe cuidarnos - dijo el gato, temblando; y, temiendo cometer una
locura, decidió poner tierra de por medio -: Encantado de charlar contigo,
Romeo; mas he de marcharme. Tengo que corretear un rato para mantenerme en
forma.
- Vale - aceptó el canario -. Hablaremos otro día.
- Así será. Adiós.
Duque salió al jardín. La convivencia con el canario resultaba harto
difícil. Hasta ahora, su existencia había transcurrido tranquila y feliz. Sin
embargo, las cosas empeoraban.
Ansioso, el gato debatíase entre el deseo de comerse a Romeo y el cariño
que empezaba a cogerle. Para calmar la angustia que sentía, hacía largas
escapadas al bosque. Entre otros recursos y entretenimientos, practicaba yoga,
sentándose en posición de loto. Además, se volcaba en la meditación, e incluso
recitaba el mantra OM, pero no obtenía el efecto deseado.
El cansancio acumulado, la falta de apetito y los trastornos del sueño, condicionaron
que el hermoso pelaje del felino comenzara a caerse, originando calvas que
dejaban al descubierto la carne.
Triste y angustiado, Duque hacía lo posible por evitar encontrarse con el
simpático canario, que ajeno a los sentimientos que despertaba en el felino,
ponía todo su empeño en afianzar la incipiente amistad.
La familia, preocupada por la
notable apatía del gato, resolvió que lo viera el veterinario.
Don Carlos, que así se llamaba el médico en cuestión, era un hombre alto,
algo desgarbado, con el pelo blanco y enorme bigote. A continuación de explorar
detenidamente al gato, diagnóstico:
- No le encuentro ningún padecimiento físico. Presenta los síntomas de lo
que conocemos como estrés. El estrés no solo afecta a los humanos - aclaró -.
Los animales también sufren la enfermedad cuando están sometidos a presión
durante largo período de tiempo.
El papá de Nacho, preocupado y buscando motivos al comportamiento del
Duque, explicó al especialista que habían acogido a una nueva mascota en el
domicilio familiar, pero que hacían lo posible para que el gato no se sintiera
desplazado.
- Procuren que esté relajado, mímenle, pero no le agobien. Respecto al
cariño ocurre igual que con cualquier otra cosa: es tan perjudicial el defecto
como el exceso - argumentó el
veterinario.
El niño y su padre regresaron al domicilio. Duque mantenía la expresión
ausente y la mirada triste. A medida que se acercaban a la casa se le erizaban
los pelos, como si en el hogar habitase el mayor enemigo.
En cuanto se tumbaba, el canario revoloteaba feliz delante él y le
cantaba, queriendo animarle, con notas bajas y aflautadas, que imitaban el
sonido de una campana o el burbujeo del agua. Intentaba deleitarle entonado
melodías de trinos combinados, cerrados o abiertos, según fuesen suaves o
chillones.
Ante semejante insistencia, el gato optó por cambiar de táctica.
“Le dedicaré un poco de tiempo. Quizá deje de acosarme”.
Los días siguientes, después de la acostumbrada caminata, se recostaba en
el cojín.
Si Romeo le veía, volaba a su lado para que Duque le contara las aventuras vividas y le explicara, con
todo lujo de detalles, cómo eran los árboles y las flores del bosque y,
asimismo, cómo consiguió atrapar, tras continua persecución, a varios de los
ratones que habitaban en el desván de su vecina, la señora Josefa.
El canario propuso al gato que le llevase de excursión montado en su
lomo; y, una tarde del florido mes de mayo, ambos camaradas emprendían la gran
aventura.
Romeo conoció a los jilgueros, estorninos y demás aves libres.
De súbito, en un momento de debilidad, Duque se abalanzó sobre Romeo,
atrapándole entre sus fauces.
Impresionante fue el silencio.
El felino sintió en la boca el leve movimiento que producía, en vana
tentativa por liberarse, el aleteo del canario.
Al instante arrepentido, abrió las fauces liberando a Romeo; éste, aún
mareado, comenzó a volar, no sin dificultad.
Paralizado por la angustia, el gato observó que el canario pudo posarse
en la rama más alta de un abedul.
Duque sintió deseos de huir, y corrió hasta extenuarse. Rendido, cayó
sobre la hierba. Preso de intenso remordimiento, se clavó las uñas en el pecho,
provocando que brotara la sangre, y exclamaba entre lágrimas de dolor:
- Soy malo, malo, muy malo… No volveré a casa nunca; no sería capaz de mirar
a los ojos a ningún miembro de la familia -
sentenció, apesadumbrado.
Taciturno y desorientado, el minino caminaba sin rumbo fijo por el bosque, en busca de alimento. De
pronto, oyó una voz que le decía:
- Hace días que te veo deambular.
El gato elevó los ojos, divisando a la ardilla, de pelaje rojizo y larga
cola, que le observa a través de sus negros y chispeantes ojos. Le hablaba
desde el alcornoque en que había creado su nido, recubierto de ramas
entrelazada y tapizado con musgo compactado para evitar que la lluvia entrase
en el escondrijo.
- No sé dónde alojarme - respondió Duque.
- Pues no tienes aspecto de ser un gato callejero, aunque pareces triste.
- No seas entrometida. ¿Nadie te ha dicho que es falta educación
inmiscuirse en asuntos ajenos?
- Disculpa - dijo la ardilla, a la
vez que con sus curvas y afiladas uñas sujetaba una bellota -. No pretendo
molestarte, y me gustaría prestarte ayuda.
Duque suspiró. Llevaba mucho tiempo solo y necesitaba dialogar con
alguien para aliviar el sufrimiento que le invadía.
- Vivía en una bonita casa, pero no puedo volver.
- ¿Por qué?
- He estado a punto de cometer un acto terrible.
- Bueno, no creo que haya sido tan espantoso lo que confiesas.
- Soy un asesino - reconoció con tono de voz apenas audible, tapándose la
boca.
- ¿Cómo dices?- inquirió el roedor.
- Sí, un asesino, un asesino - repitió, elevando la voz y rompiendo a
llorar desconsoladamente.
Deslizándose por el alcornoque hasta llegar al suelo, la ardilla se
acercó al atormentado gato, preguntándole:
- ¿Por qué te consideras asesino?
Duque respondió entre amargos sollozos:
- Casi mato a mi amigo.
- ¿A tu amigo? ¿Os habéis pelado por un ratón?
- No, mi amigo es… - su voz temblaba, pues le resultaba doloroso
pronunciar la identidad del animal.
- ¿Quién es el amigo al que te refieres?
Tras unos minutos de intenso
silencio, el gato prosiguió:
- Se trata de Romeo, un canario.
Conmovida por el triste relato, la ardilla enjugó las lágrimas del
acongojado gato.
- Cuéntame lo ocurrido - le pidió.
Duque narró el lamentable episodio con profundo dolor, compungido.
La ardilla le escuchó atenta, sin interrumpirle. Cuando Duque hubo
terminado de exponer los hechos, le habló en tono tranquilizador.
- No eres un asesino. Eres un gato y los gatos comen pájaros, pequeños
roedores, peces y otras más cosas. No debes sentirte culpable por haber seguido
tu instinto natural. El canario es muy joven - prosiguió explicando la ardilla
-, y no tiene conciencia de ello. Creo que deberías volver y explicarle lo
ocurrido.
De repente, se oyeron las voces de Nacho y de su padre:
- ¡Duque! ¿Dónde estás? ¡Duque!...
El gato dio un brinco y corrió para no ser visto. Se escondió entre los
matorrales, cerrando los ojos.
Pasó mucho tiempo antes de que decidiese abrir los ojos. Miró a todos
lados y no vio a ningún humano por los alrededores. Respiró aliviado; pero
estaba sudoroso, y el corazón le palpitaba de forma desacompasada.
Comenzaba a anochecer. Agotado por la tensión acumulada, decidió
refugiarse junto a un roble, y se quedó dormido.
El sol madrugador acariciaba su maltrecho cuerpo. Bostezando, logró
desperezarse. Como tenía sed, se acercó
al río a beber agua.
Deprimido y sin ganas de cazar, volvió a recostarse sobre la hierba.
Cerró de nuevo los ojos. Le faltaban las fuerzas y las ganas de vivir.
Al rato, notó un leve cosquilleo en la cabeza. Pensó en espantar al
causante del hormigueo, pero su debilidad era extrema.
- Buenos días, Duque. ¡Al fin, te he encontrado!
El gato, sorprendido, abrió los ojos.
-¡Romeo!
- ¡Qué alegría verte! - exclamó el canario, para a continuación
interesarse -: ¿Te ha ocurrido algo?
Duque no acertaba articular palabra. Resultaba increíble que el pájaro
hubiera dado con él. Le preguntó:
- ¿Qué haces lejos de casa? ¿Has venido solo?
- Sí - respondió Romeo -. Todos están tristes y preocupados ¿Escapaste
por mi culpa?
Ante la ingenuidad del canario, el gato contestó:
- Por supuesto que no; pero estuve a punto de comerte y, arrepintiéndome,
huí.
- ¿A punto de comerme, dices? - el
canario hacíase el sorprendido -. Jugábamos en el bosque y bromeaste. No me
hiciste ningún daño. De haber querido comerme no habrías abierto la boca para
dejarme salir.
Duque le miraba con gesto de
asombro.
- ¿De verdad, no estás enfadado? -
quiso saber el gato.
- Claro que no. ¿Por qué iba a estarlo, si siempre fuiste bueno y
cariñoso conmigo? Si no regresas, yo tampoco lo haré.
- Márchate de aquí – sugirió el gato -. No conoces los peligros del
bosque.
- Ni tú – le replicó el canario -. Solo hay que verte. ¡Cómo estarás que
me ha costado reconocerte!
- Duque bajó la cabeza, en asentimiento a las palabras de Romeo.
El canario comenzó a volar delante del felino, como si quisiera
orientarle en el camino de regreso.
- Vamos, sígueme.
Duque recordó las palabras de la ardilla: “No eres un asesino. Eres un
gato y los gatos comen pájaros, pequeños roedores, peces y otras más cosas. No
debes sentirte culpable por haber seguido tu instinto natural”.
Con movimiento lento, Duque emprendió el regreso, portando al ave sobre el
derrengado espinazo.
Apenas unos pasos le separaban de la que todavía era su morada, cuando
cayó desplomado. Romeo reaccionó de inmediato, y entró en la casa revoloteando.
Pretendía llamar la atención.
El primero en verle fue Nacho:
- ¡Romeo! ¿Dónde estabas? Te he buscado por todas partes.
- Intrigado por la inquietud que mostraba el canario, siguió su vuelo.
Al ver al gato tirado en el césped, feliz de encontrarle, y a la vez
alarmado, el niño exclamó:
- ¡Qué alegría! ¡Has vuelto! Creí que no volvería a verte…, pero, ¿qué te
ocurre? ¡Mamáaaa!, ¡Papáaaa!… Duque ha regresado; parece enfermo.
Al instante, salió de la vivienda el resto de la familia.
Nacho cogió al minino en brazos. Le acomodó encima de su cojín preferido.
Después de lavarle y curarle las heridas,
le dieron agua y leche.
Avisaron a Don Carlos, el veterinario, quien llegó enseguida. Le examinó
detalladamente y diagnosticó:
- Está muy débil; llevará varios días sin tomar alimentos. Necesita
descansar para poder recuperarse - aconsejó.
- ¿Qué más podemos hacer nosotros? - preguntó Nacho.
- Darle mucho cariño y prodigarle atenciones. Vamos, como hacéis siempre
- respondió el veterinario.
Poco a poco y gracias a los cuidados que recibía, Duque iba recuperándose
por completo.
Romeo le cantaba durante la noche, a modo de nana, ayudándole a conciliar
el sueño; también por la mañana, para despertarle.
Duque se sentía feliz y agradecido. La amorosa acogida de los miembros de
la familia le enternecía. No hubo preguntas ni reproches, solo mimos.
Gato y canario consolidaron la amistad, compartiendo aventuras y juegos.
Eso sí: el felino, para evitar malas tentaciones, comía antes de jugar con el
pájaro.
FIN