domingo, 30 de diciembre de 2012

LA HECHICERA Y SU PÓCIMA SECRETA

Os presento el cuento "La hechicera y su pócima secreta"; a menudo buscamos en los demás la solución a nuestros problemas. Obviamos que el verdadero poder reside en la confianza en nosotros mismos. Espero vuestra amable opinión. Besines.



LA HECHICERA Y SU PÓCIMA SECRETA

Érase una vez un joven que, deseoso de triunfar en la vida, decidió visitar a la vieja hechicera del bosque, famosa por sus pócimas mágicas, capaces de hacer realidad hasta los sueños más inverosímiles.
Llegó hasta la humilde choza donde habitaba la bruja y, con voz temerosa preguntó.
-¿Se puede?
Desde el fondo de la cabaña, se escuchó una dulce voz, que le respondió:
- Pasa, hijo mío. ¿En qué puedo ayudarte?
El muchacho exclamó:
- Deseo ser el más valiente de los cazadores para así poder gozar de la admiración de toda la aldea.
La adivina, que no había apartado la mirada ni un solo instante de sus ojos, con voz serena, le respondió:
- Bebe cada mañana al despertarte siete tragos de éste bebedizo secreto, y tu sueño se hará realidad.
Así lo hizo y en poco tiempo el chico se convirtió en un cazador cuyo valor era reconocido en toda la región. Orgulloso de sus hazañas, el mozo volvió a visitar la humilde choza de la maga.
Con extremada prudencia dio unos toquecitos en la puerta y, sin esperar respuesta, dijo:
- Soy yo. Vengo nuevamente alentado por los logros conseguidos. La hechicera, con la misma benevolencia de antaño, le respondió:
- Pasa, hijo mío. ¿En qué puedo ayudarte?
El joven prosiguió:
- Como veo que tus brebajes son infalibles, vengo a pedirte ayuda para ser un hombre muy rico y poderoso, y así ganarme el respeto de todo el pueblo.
La pitonisa le respondió:
- Bebe cada mañana al despertarte siete tragos de este bebedizo secreto, y tu sueño se hará realidad.
El muchacho siguió el consejo y pronto se convirtió en un hábil comerciante, cuya fortuna era difícil de calcular. Agradecido, decidió visitar nuevamente a le adivina. Al llegar a la choza, encontró a la anciana preparando uno de sus famosos cocimientos.
 - Vengo a darte las gracias – exclamó el chico –. Sin tus filtros secretos, jamás hubiese conseguido triunfar.
La hechicera, cuya  mirada era una fuente inagotable de amor, miró fijamente al joven y le respondió:
- Hijo mío, me hace muy feliz saber que conseguiste todo aquello que anhelabas, pero he de confesarte algo: Las pócimas que te di tan sólo eran zumo de frutos silvestres. La magia que te ayudó a conseguir que tus sueños se cumpliesen no era otra cosa que la seguridad en ti mismo y la fe que guardas en tu corazón.

FIN


sábado, 22 de diciembre de 2012

DON TACAÑÓN Y DON GENEROSO




Érase una vez dos hermanos muy diferentes entre sí. Don Tacañón, muy precavido,  ahorraba compulsivamente, por si “el mañana” le sorprendía  con desagrado. Sin embargo, don Generoso , era justo lo contrario; desprendido, compartía  lo que poseía  con sus semejantes más necesitados.
 Don Tacañón, desconfiado por naturaleza, recriminaba constantemente a su hermano por repartir parte de sus ganancias con los más pobres.
Don Generoso le respondía, diciendo:
- Doy gracias a Dios porque nunca me ha abandonado;  incluso en los momentos más duros, siempre me ha ayudado. Si tengo lo necesario, ¿no crees que es mi deber compartir una pequeña parte con los que nada poseen?
Don  Tacañón  alegaba:
-¿Cómo sabes tú a dónde va a parar el dinero que repartes? Además, si le das a todo el mundo, al final serás tú quien se quede sin nada. Veremos a ver, entonces, quien te socorre a ti.
Pasaban los años y don Tacañón y don Generoso seguían sin ponerse de acuerdo.
Un atardecer hubo un gran incendio; ambos hermanos lo perdieron todo. Don Tacañón lloraba, desconsolado, al ver que se habían quedado en la más absoluta de las miserias.
Miró, derrotado, a su hermano y le dijo:
-¡Qué mala suerte! Nos hemos quedado sin nada. ¿Qué haremos de ahora en adelante?
Don Generoso le respondió:
- Al enterarse de mi desgracia, todas las personas a las que un día ayudé vinieron a consolarme, obsequiándome con una moneda cada uno. Fíjate el capital que he atesorado. Ahora soy mucho más rico que antes.
Don  Tacañón  se quedó estupefacto; no acertaba a articular ni una  sola  palabra.
Don Generoso puso su mano sobre el derrotado hombro de su hermano, y continuó diciendo:
-No te preocupes hermano,  yo compartiré mi fortuna contigo.

FIN





martes, 20 de noviembre de 2012

Con todos mis respetos, no comprendo el placer que encuentran algunas personas en torturar y matar a un animal a cambio de unos minutos de gloria y un puñado de euros.

EL TORERO ARREPENTIDO

 

                Érase una vez un joven torero que preparaba, ilusionado, su próxima corrida de toros. Llegó el ansiado día y el muchacho había revisado con esmero hasta el último detalle. Todo debía ser perfecto; nada podía fallar en tan gloriosa tarde.

                Comenzó la corrida. Las ovaciones y los aplausos se escuchaban por doquier. El lidiador, henchido de orgullo, se pavoneaba una y otra vez, logrando hacer un auténtico espectáculo de aquella tarde de toros.

                En su afán por impresionar al enfebrecido público que clamaba ¡olé! sin cesar, el vanidoso matador hizo un giro sobre sí mismo. No calculó bien la suerte y tropezó consigo mismo, cayendo de bruces al lado del moribundo toro.

                El astado, con la voz trémula y el aliento entrecortado por el intenso sufrimiento, inquirió:

                -¿Te has hecho daño?

                El torero palideció al escuchar las palabras del pobre animal.

                -¿Cómo dices? – preguntó.

                La voz del toro, herido de muerte, preguntó nuevamente, entre quejidos de agonía.

                -¿Te has hecho daño?

                El lidiador, perplejo murmuró:

                - Estoy a punto de matarte, ¿y tú te preocupas por mí?

            El toro, ya sin fuerzas, respondió:

            - No comprendo tu afán por quitarme la vida. Yo jamás te hice daño alguno. Pero, aún así, no soy nadie para juzgarte.

                El matador, conmovido por las palabras del pobre animal, lloró amargamente sobre la arena teñida de sangre.

            Miró fijamente a los ojos del toro y exclamó, con la voz entrecortada por su propio arrepentimiento:

            -Perdóname. Efectivamente, tú nunca me hiciste daño, y yo, sin embargo, he decidido matarte para satisfacer mi ego y enriquecer mi bolsillo.

                El animal sonrió agradecido y, con un débil hilo de voz, concedió:

- Estás perdonado. Me siento recompensado al comprobar que también los seres humanos tenéis corazón.

                Tras una dura lucha por sobrevivir, el bravo astado logró recuperarse. A partir de entonces vivió con el torero arrepentido, quien fundó una dehesa para proteger a todos los toritos indefensos de la región.
FIN
 

 


miércoles, 14 de noviembre de 2012

¿Qué tendrán los besos de los padres, que ninguno otro puede igualarlos? Espero os guste.
 

                                                    LOS BESOS DE UNA MADRE

 

Ensortijados cabellos de oro, inmensos ojos azules, como el cielo de verano, y  pícara sonrisa. Como un ángel de Murillo, así era David.

Huérfano desde muy pequeño, vivía con su abuelo, un viejo pescador enamorado del mar, en un pueblo de la bella costa cantábrica.

Despierto y locuaz, interrogaba sobre todo lo que se presentaba ante sus expectantes pupilas.

-¿Qué son las nubes? - preguntó con los ojos muy abiertos, como si temiese perder algún detalle de la respuesta.

- Con el calor se evapora el agua de los océanos, mares, ríos y lagos; al llegar a las capas más altas de la atmósfera, se enfría y condensa, formando las nubes – explicó el abuelo.

-¿La lluvia es el pis de las nubes? - continuó interrogando el niño.

Divertido ante la inesperada pregunta, respondió el progenitor, ocultando la sonrisa que  asomaba a sus labios, en intento de evitar la sensación de burla ante su retoño.

- Las nubes no hacen pis, David. Cuando el aire cálido asciende, el vapor se condensa; el tamaño de las gotitas de agua que forman las nubes se hace mayor, hasta que no pueden seguir flotando en el aire y caen. Así se produce la lluvia.

En las noches de verano el niño observaba  las estrellas junto a su antecesor, quien le contaba fantásticas historias de princesas, dragones y corceles blancos; también de sirenas y  mundos mágicos.

David abrazó al abuelo, y la ansiada pregunta salió  de sus inocentes labios:

- ¿Cómo son los besos de las mamás? – quiso conocer el angelito, con un halo de nostalgia en la mirada.

Emocionado, el anciano le estrechó contra su pecho, y conteniendo el llanto, respondió:

- Son cálidos como los rayos del sol, dulces como la mermelada de fresa que tanto te gusta, delicados como el aroma de las flores y únicos como la luz de las estrellas.

FIN

 

domingo, 11 de noviembre de 2012


                              AVENTURA EN EL BOSQUE
                                
Érase una vez un hermoso lobezno de pelaje gris. Travieso y retozón, se divertía jugando al escondite con su madre y sus hermanos lobitos. El intenso color azul del iris de sus ojos hizo que le pusieran de nombre Lobo Azul.
- No os alejéis demasiado. Pronto oscurecerá - advirtió mamá loba.
Lobo Azul, curioso por naturaleza, decidió aprovechar el juego para explorar los secretos del bosque, desoyendo los consejos de su madre.
Junto al arroyo, entre la vegetación, descubrió a una rana patilarga. Lobo Azul saltó para atraparla; era su primera aventura como cazador, pero la rana, adivinando las intenciones del lobezno, se escabulló dentro del agua, escapando de las garras del cachorro.
Desilusionado ante el fracaso de su primera cacería, continuó buscando un lugar donde esconderse. No quería ser el primero en ser descubierto. Corrió y corrió, mientras mamá loba con los ojos cerrados, contaba hasta cien.
El viento sur mecía la hierba y las hojas de los árboles. Lobo Azul, entusiasmado por la belleza del paisaje, observaba con detenimiento las plantas y flores del campo; no quería perderse ningún detalle. Para esconderse eligió un frondoso pino, tras el que permaneció durante mucho tiempo. Cansado de esperar a que lo encontrasen, salió de su escondite. Miró a uno y otro lado, pero no vio a nadie.
- ¿Dónde estarán mis hermanos lobeznos y mamá loba? - se  preguntó, extrañado.
Corrió de un lado a otro buscando las huellas de su madre y sus hermanos, mas no encontró ni rastro de ellas.
Sediento por la caminata, llegó al río y bebió sus cristalinas aguas hasta calmar la sed. La noche, con su manto cuajado de estrellas, cubrió el bosque. Lobo Azul, asustado, recordó las advertencias que mamá loba le hacía siempre sobre los peligros del bosque.
De pronto, una dulce voz femenina le sacó de sus pensamientos:
-¿Qué haces en el bosque a estas horas? ¿No deberías estar durmiendo?
Lobo Azul, sorprendido, miró a uno y otro lado.
- No tengas miedo. Soy  la luna, la reina de la noche.
El pequeño lobo elevó sus ojos hasta el cielo. La luna de plata danzaba entre las estrellas. Coqueta, se miraba en el espejo de las aguas del río, alardeando de su belleza.
- ¡Qué guapa es! - pensó el lobezno con admiración. Había escuchado muchas historias sobre la luna y los lobos, pero nunca la vio tan de cerca.
Como si pudiera escuchar los pensamientos del cachorro, la luna respondió de inmediato:
-  Desde siempre han existido numerosas leyendas sobre la mágica relación que existe entre los lobos y yo; pero todas las leyendas son mitad verdad, mitad fantasía.
Tras unos segundos, la luna preguntó a Lobo Azul:
- ¿Te has perdido?
- Si - asintió, avergonzado.
- Desobedeciste a tu madre. Eso no está bien; lo sabes, ¿verdad?
- Si, lo siento - admitió el lobezno, bajando la mirada.
- No te preocupes, pequeño. Sígueme; yo te guiaré hasta la manada.
- ¿De verdad lo hará, Señora Luna?
- Confía en mí. Sigue el curso del río; el reflejo de mi rostro en las transparentes aguas te servirá de guía.
Lobo Azul se sintió aliviado. Caminó durante horas, hasta acabar extenuado. Agotado y somnoliento, se reclinó junto a abedul para descansar. Apenas se hubo recostado, quedó dormido de inmediato.
Cuando despertó había amanecido; buscó a  la luna en el río y en el cielo, pero  no estaba. Lobo Azul se sintió abandonado.
- ¿Quién va a ayudarme ahora? – pensó, angustiado.
Una serpiente se deslizaba contoneando su cuerpo sobre el campo. A través de sus grandes ojos, observaba con minuciosa atención a Lobo Azul. Y no porque quisiera hipnotizarle, sino porque las serpientes carecen de párpados y no pueden cerrar los ojos.
- ¿Qué haces por estos lugares? – le preguntó.
- Me he perdido y no encuentro el camino de regreso a la guarida. La luna prometió ayudarme, pero me ha dejado solo.
- No debes fiarte de todos los que encuentres en tu camino - replicó la serpiente -. La luna es mágica y engañosa; con su hechizo de plata, hace ver cosas que en realidad no existen. Cuando llega el día se esconde y, por más que la busques, no podrás hallarla.
La serpiente continuó su charla, evitando acercarse demasiado a Lobo Azul; no quería asustarle. Los reptiles de su raza no devoran a los lobos, pero el cachorro era demasiado joven y tal vez lo ignorase.
- Con la luz del día podrás ver con mayor claridad.- continuó explicando la serpiente-. Utiliza sabiamente tus sentidos si quieres regresar sano y salvo a tu guarida. Escucha atentamente los aullidos, gruñidos y ladridos de los animales; presta mucha atención a tu olfato para distinguir el olor de las diferentes especies y agudiza la vista para reconocer las huellas de la manada de lobos. Recuerda que en el bosque existen multitud de animales; algunos pueden ser tus aliados, y otros, feroces enemigos Deberás aprender a distinguirlos; de no ser así, te perderás siempre. El bosque está lleno de peligros para alguien tan indefenso como tú.
El lobezno sentía ganas de llorar; pero reprimió el llanto, intentando parecer valiente.
- Gracias por sus consejos, Señora Serpiente.
- Buena suerte, pequeñín.
Lobo Azul emprendió el camino a casa, poniendo en práctica los consejos recibidos.
 De pronto, sintió un intenso dolor en una de sus patas traseras; intentó seguir caminando, pero no pudo. Había quedado atrapada en un cepo. Cegado por las lágrimas, aullaba con desesperado lamento.
Pedro caminaba por el bosque en busca de leña. Amante de los animales, poseía en su granja un refugio para aquellos que encontraba heridos o abandonados.
Alarmado por los aullidos del lobezno, acudió en busca del animal herido.
Le encontró a los pocos metros, desfallecido y con la patita ensangrentada.
- ¡Un hombre! - exclamó Lobo Azul, alarmado. Temblaba de dolor y sus dientes castañeteaban de miedo.
Recordó las temibles historias que antaño le narraron sus antepasados; historias en las que el hombre era el peor enemigo del lobo. Competidores irreconciliables, disputaban por capturar las mismas presas: jabalíes, corzos, cabras montesas o conejos.
Pedro se acercó con sigilo hasta el cachorro para no asustarle.
- No te preocupes, pequeño, te rescataré - le dijo, con ánimo de aliviar su temor.
Le liberó del cepo y le cogió en brazos para llevarle hasta la granja. Una vez en el hogar, desinfectó las llagas y vendó la pata herida del lobezno. Le alimentó y le dio agua. El pequeño lobo estaba muy débil; había perdido mucha sangre y presentaba signos de deshidratación.
Lobo Azul admiró, sorprendido, a su salvador. Su comportamiento no se parecía en nada a lo que le habían contado sobre los humanos. Pudo comprobar que, como ocurre con cualquier otro ser vivo, no todos los hombres eran malos. Descubierta la bondad del ser humano, se sintió satisfecho y agradecido.
Por fin, llegó el gran día; Lobo Azul se había recuperado por completo.
- Es el momento de volver con tu familia - dijo Pedro -. Te llevaré de nuevo al bosque para que puedas regresar con la manada.
Recorrieron muchos kilómetros antes que Pedro reconociese las huellas de los lobos en el bosque.
Al sentir que alguien le observaba, se detuvo en seco. Descubrió entre unos matorrales la profunda mirada de unos ojos rasgados, color ámbar. Era la madre de Lobo Azul.
Se miraron a los ojos durante unos minutos. No había odio en sus miradas; transmisoras de nobles sentimientos, comprendieron que el hombre y los lobos no son enemigos. Ambos actúan de igual modo: solo atacan cuando se sienten amenazados o acorralados.
Pedro acarició al lobezno en señal de despedida; Lobo Azul le lamió la mano, agradecido por los cuidados y mimos recibidos durante su convalecencia. Tras la emotiva despedida, el cachorro corrió feliz hacia mamá loba.
Pedro regresó a su hogar y el lobezno volvió junto a la manada, donde recibió una buena reprimenda por desobedecer a su madre. Los corazones de Pedro y de los lobos  quedarían unidos para siempre.
El tiempo pasó y Lobo Azul se convirtió en un hermoso y valiente lobo, de pelaje gris y rasgados ojos azules. Cada noche de luna llena, subía a la montaña más alta del bosque, elevaba los ojos al cielo y aullaba a la luna.
Desde su granja, Pedro reconocía, con orgullo y admiración, la majestuosa figura del lobo sobre la cima de la montaña. Ambos sabían que el mágico ritual era el homenaje de respeto y agradecimiento que Lobo Azul y su manada hacían a Pedro por salvarle la vida y enviarle de nuevo a casa. Habíase reconciliado, para siempre, la relación entre lobos y humanos.

FIN

viernes, 9 de noviembre de 2012

EL PASTOR Y LA PALMERA


Érase una vez un joven pastor que decidió independizarse. Para ello construyó una hermosa casa de madera. Se sentía feliz y orgulloso, hasta que un día estalló una fuerte tormenta y un rayo fulminante la destruyó.
El ganadero, que tenía una gran fuerza interior, pensó:
“No importa. Comenzaré de nuevo”.
Construyó una nueva vivienda, y compró unas cuantas ovejas. Sentíase realmente satisfecho; pero un amargo día llegó una peste terrible, que acabó con todo su rebaño.
El ovejero, apesadumbrado, recapacitó:
“No importa, comenzaré de nuevo”.
Trabajó muy duro, y pronto tuvo un nuevo rebaño. Como era joven y apuesto, concluyó:
“Ya es hora de que forme mi propia familia. Buscaré una buena mujer, me casaré y tendré hijos, que me ayudarán en las labores del pastoreo”
Y así lo hizo.
Pasó el tiempo, y un crudo día de invierno su amada esposa, que era muy ambiciosa, le abandonó llevándose todos los ahorros acumulados durante el matrimonio.
El ganadero, derrotado y angustiado, decidió:
“Pondré fin a mi vida. Estoy cansado de perder todo aquello que obtuve con esfuerzo. “No quiero sufrir más”.
Fue al bosque, y después de caminar durante mucho tiempo, concluyó:
“Este es un buen sitio para terminar mis días. Está alejado del pueblo y nadie me encontrará”.
Cogió una astilla de árbol y, cuando iba a atravesar con ella su dolorido corazón, escuchó una potente voz, que le advirtió:
-¿Qué vas a hacer?
El ovejero miró y miró a su alrededor, y no vio a nadie.
De pronto, la voz exclamó nuevamente:
-¿Qué vas a hacer?
En ese instante, se dio cuenta de que la voz provenía de una palmera que estaba situada  detrás de él. Se volvió, respondiendo:
- Estoy cansado de sacrificarme y, justo cuando consigo algo que me hace feliz, la vida me lo arrebata. Soy muy desgraciado, y ya no quiero luchar más.
La palmera, con voz serena, le replicó:
- Amigo mío. ¿Ves esos árboles frutales que se levantan en aquella granja cercana? Todos ellos consiguen sus frutos a los pocos meses; incluso las hortalizas obtienen productos enseguida. Sin embargo, mírame a mí; tengo cuatrocientos cincuenta años y, todavía, tendré que esperar otros cincuenta años más para ver cumplido mi sueño de parir exquisitos dátiles. ¿Acaso crees que no se me hace costosa y larga la espera? Pero ni los huracanes, ni las tormentas de nieve, ni los electrizantes rayos, ni siquiera la despiadada mano del hombre, han conseguido mitigar mi esperanza. En este mundo, amigo mío, hay que saber esperar y no rendirse jamás ante los obstáculos, sino aprender de ellos y continuar caminado por sus largos senderos. Solo así conseguirás, un buen día, recoger la recompensa que la vida haya gestado para ti.
El pastor, que había escuchado atentamente la lección que le daba la palmera,  la miró, y con un renovado brillo de esperanza en la mirada, dijo:
- Gracias, amiga,  tu consejo es muy sabio y no lo olvidaré jamás. Ahora, más que nunca, estoy dispuesto a comenzar de nuevo.
Arrojó la astilla que aún pendía de su mano y, con la cabeza erguida y una renovada sonrisa en los labios, regresó nuevamente al pueblo.
FIN

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Os presento el cuento titulado: "El abuelo".
Hoy en día los niños pasan poco tiempo con sus padres, la mayoría de las ocasiones por motivos laborales.
Olvidamos que los pequeños necesitan nuestra compañía, en mayor medida que los bienes materiales.
Espero que os guste.


                                    EL ABUELO

Hoy es domingo y la señora rubia ha venido a despertarme; me ha dicho que voy a pasar el día en casa de mi mejor amigo, Sergio.
-¿Dónde está el abuelo?
- El abuelo se ha ido al cielo, Pablo.
- ¿Al cielo? ¿Sin despedirse?
- Dormías profundamente y no quiso despertarte.
- Pero… Hoy íbamos a desayunar churros con chocolate y a jugar al fútbol.
La señora rubia, se ha sentado sobre mi cama y ha retirado el cabello de mi frente.
- Pablo, el abuelo se puso malito anoche y se ha ido al cielo. Ahora está con la abuela.
El abuelo decía, que el cielo es un lugar mágico, donde se puede viajar cabalgando sobre un cometa y jugar al escondite con la luna. Me contaba que la abuela vigilaba nuestro sueño y  que cantaba canciones de cuna sentada sobre una estrella.
Sergio vive dos calles más abajo. Su papá ha venido a buscarme. Es muy alto y le gusta jugar al baloncesto. Nos enseña a encestar el balón, colocando la canasta más abajo, para que podamos alcanzarla. La mamá de Sergio ha hecho galletas de mantequilla para desayunar, y nos ha preparado cola-cao en esas tazas de los Lunnis, que tanto nos gustan.
Como hacía mucho calor, hemos ido a la playa. El papá de Sergio nos ha comprado un helado de dos bolas. Sergio le ha pedido de nata y chocolate, y yo de fresa, doble. La mamá de Sergio es muy buena cocinera y ha preparado para comer una deliciosa tortilla de patatas y unos filetes empanados, como los del abuelo. Después, hemos ido a bañarnos. A Sergio le han enseñado a nadar sus papás; a mí, me enseñó el abuelo. Decía que nadaba como un pez.
Pasamos un día estupendo. Ya en casa, después de cenar, hemos jugado a las adivinanzas.
- Pablito, tus papás han venido a buscarte.
Así es como llaman a la señora rubia y al señor de la corbata. ¿Qué significa ser papás? No sé muy bien lo que es eso. Los papás de Sergio le llevan de vacaciones, le ayudan con las tareas del colegio y juegan con él. A mí, mis padres me compran juguetes. Casi no los conozco. Siempre están trabajando o en viaje de negocios. Ni siquiera saben que me gustan el helado de fresa y los macarrones.
El abuelo es muy divertido; cantamos, jugamos a la pelota, al escondite y comemos chuches. Cuando vamos de paseo por el bosque, me enseña a conocer el nombre de las plantas y de las flores. Dice que hay una planta que se llama manzanilla, que sirve para quitar el dolor de barriga. Me cuenta cuentos de duendes y de hadas de la naturaleza, y siempre me besa antes de dormir. Cuando cocina tortilla francesa, le pone lunares con salsa de ketchup, y me narra el cuento de la tortilla que tenia sarampión. ¡Cuánto te quiero, abuelo!
La señora rubia me lleva a la cama, porque es hora de descansar.
            - ¿Me cuentas un cuento antes de dormir?
- ¿Un cuento? El abuelo me los contaba cuando era niña, pero hace tanto tiempo, que los he olvidado. Mañana, te compraré un libro de cuentos precioso. Ahora duérmete, Pablito.
- ¿Quién me llevará al colegio?
- Durante unos días te llevará la mamá de Sergio, hasta que encontremos a una canguro. Ya sabes que papá y yo tenemos que trabajar para que tengas muchos juguetes.
            Cuando la señora rubia se ha ido, me he levantado a mirar por la ventana. Hay muchas estrellas esta noche. El abuelo me enseñó a conocerlas por su nombre. Decía que cuando parpadean es que nos hacen guiños. Aquella grandota se llama Eta Carinae, y me está guiñando un ojo. Le tiro muchos besos y sueño que, desde el cielo, el abuelo me cuenta un cuento.

                                                    FIN

viernes, 21 de septiembre de 2012

MAS FUERTE QUE EL INSTINTO

"Más fuerte que el instinto" es un cuento que refleja los sentimientos de culpa, a veces equivocados, que sentimos por actuar conforme a nuestra propia naturaleza.
Espero sea de vuestro agrado y, como siempre, agradezo vuestros comentarios.
Un besazo muy fuerte a todos.


                     

MÁS FUERTE QUE EL INSTINTO

Érase una vez un lindo gato persa, llamado Duque, de cuerpo redondeado y musculoso, estructura ósea robusta y patas gruesas, cabeza ancha y redonda, mejillas salientes y nariz corta. Tenía las orejas pequeñas y el pelaje espeso y sedoso, en la base blanco y ahumado en las puntas. En sus redondos y vivos ojos se reflejaba el felino color verde. 
Duque, era un gato dulce, de temperamento tranquilo y pacífico. Necesitado de afecto, requería  frecuentes muestras de cariño. Muy dormilón, le encantaba oír piropos referidos a su belleza. Gran observador y poco expresivo, cazaba roedores, pájaros y peces.
Disfrutaba acurrucándose en el regazo de la abuela María, la cual pasaba interminables horas delante del televisor. Mientras la buena señora veía las telenovelas o los programas de actualidad, acariciaba al animalito.
A sus siete años de edad, a Nacho le gustaba jugar con Duque, al que lanzaba una bola de papel de periódico, a modo de pelota, para que el minino corriese a buscarla; o la  balanceaba pendida de un hilo con objeto de que el gato intentara cazarla como si fuese una golosa presa.
Muchas eran las razones de Duque para sentirse el rey del hogar, en el que gozaba de los mimos y piropos de toda la familia. Mas oyó comentar, cierta mañana de primavera, que una nueva mascota estaba a punto de incorporarse a la casa.
El gato sintió celos de inmediato. Acostumbrado a acaparar las atenciones, le costaba hacerse a la idea de tener que compartir el cariño con un intruso.
Por fin, llegó el día anunciado. Duque percibió, desde el sofá en que reposaba, el ruido característico del Opel Corsa familiar. El gato vio cómo Nacho salía del auto sosteniendo una pequeña caja entre las manos; su padre, detrás, llevaba un envoltorio de plástico.
El minino, intrigado, se escondió tras la puerta del salón. Sentía inmensa curiosidad por conocer a quien presumía como rival.
Reunida la familia, el papá de Nacho sacó la jaula que escondía la bolsa; la mamá y la abuela esperaban, expectantes, a conocer al nuevo miembro del grupo.
El niño abrió la cajita y cogió con mucho cuidado a la mascota. La abuela abrió la puerta de la jaula, y Nacho colocó en el interior un precioso canario de amarillo plumaje.
El gato, sorprendido, abrió exageradamente sus enormes ojos. No podía ser cierto lo que veía.
- ¡Un pájaro! - exclamó, tapándose la boca para que no pudieran escucharle.
Tantas mascotas como hay en el mundo y tenían que comprar un canario. ¿Es que nadie había reparado en su condición de gato? Los gatos comen pájaros.
Desolado, marchó al desván y se recostó en su viejo y mullido almohadón.
- ¡Duque! ¿Dónde estás? - preguntaban -. Tienes que conocer a Romeo.
- Conocer a Romeo -  repitió, en tono irónico, el felino -. ¿Cómo sería posible hacerse amigo de un pájaro que solo le avivaba el apetito?
Nacho descubrió al minino recostado.
-  ¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal?
El niño le cogió en brazos, le llevó al salón e hizo la presentación.
- He aquí a Romeo. Como verás, es muy lindo. Todavía desconoce la casa y está asustado;  pero en cuanto se sienta cómodo en su nuevo hogar,  seguro que comenzará a cantar. Seréis buenos amigos - afirmó Nacho, acariciándole.
- Miau - maulló el minino. Adoraba tanto al niño que no deseaba contrariarle.
Los días siguientes la familia en pleno estuvo pendiente del gato, evitando que la llegada del canario fuera traumática para Duque. Desde que ingresase en la morada, siendo cachorrillo, todos le adoraban.
A su vez, sensible y de buen corazón, el minino hacía grandes esfuerzos para convivir en armonía con Romeo. Por nada del mundo quería que éste sintiera rechazo. No obstante, debido a su instinto carnívoro, evitaba acercarse demasiado a la jaula.
Se entretenía para evitar los malos pensamientos. Jugaba en el jardín con Nacho, o en la cocina con la abuela María.
Una calurosa tarde, mientras dormía la siesta en el sofá del salón, Duque sintió un cosquilleo en la espalda.
- Hola.
Al escuchar junto a su oreja izquierda la dulce voz del ave, el gato creyó estar soñando.
- ¿Duermes? -  preguntó, curioso, el pájaro.
Duque saltó, sorprendido. El canario, atemorizado, echó a volar y se posó en el televisor. Mientras, el gato frotábase los ojos con sus patas delanteras, para recuperarse de la impresión. ¿Qué hacía Romeo suelto?
- ¿Te he asustado?- inquirió el canario.
Duque respiró profundamente antes de responder, tratando de calmar la ansiedad:
- No te preocupes; soñaba, pero ¿qué haces fuera de tu bonita jaula?
- Nacho me ha dejado salir. -  contestó el pájaro - .Quiere que pueda  moverme en libertad. ¡Es muy divertido! Dice que si no vuelo con regularidad, mis alas se atrofiarán.
- Nacho sabe cuidarnos - dijo el gato, temblando; y, temiendo cometer una locura, decidió poner tierra de por medio -: Encantado de charlar contigo, Romeo; mas he de marcharme. Tengo que corretear un rato para mantenerme en forma.
- Vale - aceptó el canario -. Hablaremos otro día.
- Así será. Adiós.
Duque salió al jardín. La convivencia con el canario resultaba harto difícil. Hasta ahora, su existencia había transcurrido tranquila y feliz. Sin embargo, las cosas empeoraban.
Ansioso, el gato debatíase entre el deseo de comerse a Romeo y el cariño que empezaba a cogerle. Para calmar la angustia que sentía, hacía largas escapadas al bosque. Entre otros recursos y entretenimientos, practicaba yoga, sentándose en posición de loto. Además, se volcaba en la meditación, e incluso recitaba el mantra OM, pero no obtenía el efecto deseado.
El cansancio acumulado, la falta de apetito y los trastornos del sueño, condicionaron que el hermoso pelaje del felino comenzara a caerse, originando calvas que dejaban al descubierto la carne.
Triste y angustiado, Duque hacía lo posible por evitar encontrarse con el simpático canario, que ajeno a los sentimientos que despertaba en el felino, ponía todo su empeño en afianzar la incipiente amistad.
 La familia, preocupada por la notable apatía del gato, resolvió que lo viera el veterinario.
Don Carlos, que así se llamaba el médico en cuestión, era un hombre alto, algo desgarbado, con el pelo blanco y enorme bigote. A continuación de explorar detenidamente al gato, diagnóstico:
- No le encuentro ningún padecimiento físico. Presenta los síntomas de lo que conocemos como estrés. El estrés no solo afecta a los humanos - aclaró -. Los animales también sufren la enfermedad cuando están sometidos a presión durante largo período de tiempo.
El papá de Nacho, preocupado y buscando motivos al comportamiento del Duque, explicó al especialista que habían acogido a una nueva mascota en el domicilio familiar, pero que hacían lo posible para que el gato no se sintiera desplazado.
- Procuren que esté relajado, mímenle, pero no le agobien. Respecto al cariño ocurre igual que con cualquier otra cosa: es tan perjudicial el defecto como el exceso -  argumentó el veterinario.
El niño y su padre regresaron al domicilio. Duque mantenía la expresión ausente y la mirada triste. A medida que se acercaban a la casa se le erizaban los pelos, como si en el hogar habitase el mayor enemigo.
En cuanto se tumbaba, el canario revoloteaba feliz delante él y le cantaba, queriendo animarle, con notas bajas y aflautadas, que imitaban el sonido de una campana o el burbujeo del agua. Intentaba deleitarle entonado melodías de trinos combinados, cerrados o abiertos, según fuesen suaves o chillones.
Ante semejante insistencia, el gato optó por cambiar de táctica.
“Le dedicaré un poco de tiempo. Quizá deje de acosarme”.
Los días siguientes, después de la acostumbrada caminata, se recostaba en el cojín.
Si Romeo le veía, volaba a su lado para que Duque le contara  las aventuras vividas y le explicara, con todo lujo de detalles, cómo eran los árboles y las flores del bosque y, asimismo, cómo consiguió atrapar, tras continua persecución, a varios de los ratones que habitaban en el desván de su vecina, la señora Josefa.
El canario propuso al gato que le llevase de excursión montado en su lomo; y, una tarde del florido mes de mayo, ambos camaradas emprendían la gran aventura.
Romeo conoció a los jilgueros, estorninos y demás aves libres.
De súbito, en un momento de debilidad, Duque se abalanzó sobre Romeo, atrapándole entre sus fauces.
Impresionante fue el silencio.
El felino sintió en la boca el leve movimiento que producía, en vana tentativa por liberarse, el aleteo del canario.
Al instante arrepentido, abrió las fauces liberando a Romeo; éste, aún mareado, comenzó a volar, no sin dificultad.
Paralizado por la angustia, el gato observó que el canario pudo posarse en la rama más alta de un abedul.
Duque sintió deseos de huir, y corrió hasta extenuarse. Rendido, cayó sobre la hierba. Preso de intenso remordimiento, se clavó las uñas en el pecho, provocando que brotara la sangre, y exclamaba entre lágrimas de dolor:
- Soy malo, malo, muy malo… No volveré a casa nunca; no sería capaz de mirar a los ojos a ningún miembro de la familia -  sentenció, apesadumbrado.
Taciturno y desorientado, el minino caminaba sin rumbo fijo  por el bosque, en busca de alimento. De pronto, oyó una voz que le decía:
- Hace días que te veo deambular.
El gato elevó los ojos, divisando a la ardilla, de pelaje rojizo y larga cola, que le observa a través de sus negros y chispeantes ojos. Le hablaba desde el alcornoque en que había creado su nido, recubierto de ramas entrelazada y tapizado con musgo compactado para evitar que la lluvia entrase en el escondrijo.
- No sé dónde alojarme - respondió Duque.
- Pues no tienes aspecto de ser un gato callejero, aunque pareces triste.
- No seas entrometida. ¿Nadie te ha dicho que es falta educación inmiscuirse en asuntos ajenos?
- Disculpa -  dijo la ardilla, a la vez que con sus curvas y afiladas uñas sujetaba una bellota -. No pretendo molestarte, y me gustaría prestarte ayuda.
Duque suspiró. Llevaba mucho tiempo solo y necesitaba dialogar con alguien para aliviar el sufrimiento que le invadía.
- Vivía en una bonita casa, pero no puedo volver.
- ¿Por qué?
- He estado a punto de cometer un acto terrible.
- Bueno, no creo que haya sido tan espantoso lo que confiesas.
- Soy un asesino - reconoció con tono de voz apenas audible, tapándose la boca.
- ¿Cómo dices?- inquirió el roedor.
- Sí, un asesino, un asesino - repitió, elevando la voz y rompiendo a llorar desconsoladamente.
Deslizándose por el alcornoque hasta llegar al suelo, la ardilla se acercó al atormentado gato, preguntándole:
- ¿Por qué te consideras asesino?
Duque respondió entre amargos sollozos:
- Casi mato a mi amigo.
- ¿A tu amigo? ¿Os habéis pelado por un ratón?
- No, mi amigo es… - su voz temblaba, pues le resultaba doloroso pronunciar la identidad del animal.
- ¿Quién es el amigo al que te refieres?
 Tras unos minutos de intenso silencio, el gato prosiguió:
- Se trata de Romeo, un canario.
Conmovida por el triste relato, la ardilla enjugó las lágrimas del acongojado gato.
- Cuéntame lo ocurrido - le pidió.
Duque narró el lamentable episodio con profundo dolor, compungido.
La ardilla le escuchó atenta, sin interrumpirle. Cuando Duque hubo terminado de exponer los hechos, le habló en tono tranquilizador.
- No eres un asesino. Eres un gato y los gatos comen pájaros, pequeños roedores, peces y otras más cosas. No debes sentirte culpable por haber seguido tu instinto natural. El canario es muy joven - prosiguió explicando la ardilla -, y no tiene conciencia de ello. Creo que deberías volver y explicarle lo ocurrido.
De repente, se oyeron las voces de Nacho y de su padre:
- ¡Duque! ¿Dónde estás? ¡Duque!...
El gato dio un brinco y corrió para no ser visto. Se escondió entre los matorrales, cerrando los ojos.
Pasó mucho tiempo antes de que decidiese abrir los ojos. Miró a todos lados y no vio a ningún humano por los alrededores. Respiró aliviado; pero estaba sudoroso, y el corazón le palpitaba de forma desacompasada.
Comenzaba a anochecer. Agotado por la tensión acumulada, decidió refugiarse junto a un roble, y se quedó dormido.
El sol madrugador acariciaba su maltrecho cuerpo. Bostezando, logró desperezarse.  Como tenía sed, se acercó al río a beber agua.
Deprimido y sin ganas de cazar, volvió a recostarse sobre la hierba. Cerró de nuevo los ojos. Le faltaban las fuerzas y las ganas de vivir.
Al rato, notó un leve cosquilleo en la cabeza. Pensó en espantar al causante del hormigueo, pero su debilidad era extrema.
- Buenos días, Duque. ¡Al fin, te he encontrado!
El gato, sorprendido, abrió los ojos.
-¡Romeo! 
- ¡Qué alegría verte! - exclamó el canario, para a continuación interesarse -: ¿Te ha ocurrido algo?
Duque no acertaba articular palabra. Resultaba increíble que el pájaro hubiera dado con él. Le preguntó:
- ¿Qué haces lejos de casa? ¿Has venido solo?
- Sí - respondió Romeo -. Todos están tristes y preocupados ¿Escapaste por mi culpa?
Ante la ingenuidad del canario, el gato contestó:
- Por supuesto que no; pero estuve a punto de comerte y, arrepintiéndome, huí.
- ¿A punto de comerme, dices? -  el canario hacíase el sorprendido -. Jugábamos en el bosque y bromeaste. No me hiciste ningún daño. De haber querido comerme no habrías abierto la boca para dejarme salir.
Duque le  miraba con gesto de asombro.
- ¿De verdad, no estás enfadado?  - quiso saber el gato.
- Claro que no. ¿Por qué iba a estarlo, si siempre fuiste bueno y cariñoso conmigo? Si no regresas, yo tampoco lo haré.
- Márchate de aquí – sugirió el gato -. No conoces los peligros del bosque.
- Ni tú – le replicó el canario -. Solo hay que verte. ¡Cómo estarás que me ha costado reconocerte!
- Duque bajó la cabeza, en asentimiento a las palabras de Romeo.
El canario comenzó a volar delante del felino, como si quisiera orientarle en el camino de regreso.
- Vamos, sígueme.
Duque recordó las palabras de la ardilla: “No eres un asesino. Eres un gato y los gatos comen pájaros, pequeños roedores, peces y otras más cosas. No debes sentirte culpable por haber seguido tu instinto natural”.
Con movimiento lento, Duque emprendió el regreso, portando al ave sobre el derrengado espinazo.
Apenas unos pasos le separaban de la que todavía era su morada, cuando cayó desplomado. Romeo reaccionó de inmediato, y entró en la casa revoloteando. Pretendía llamar la atención.
El primero en verle fue Nacho:
- ¡Romeo! ¿Dónde estabas? Te he buscado por todas partes.
- Intrigado por la inquietud que mostraba el canario, siguió su vuelo.
Al ver al gato tirado en el césped, feliz de encontrarle, y a la vez alarmado, el niño exclamó:
- ¡Qué alegría! ¡Has vuelto! Creí que no volvería a verte…, pero, ¿qué te ocurre? ¡Mamáaaa!, ¡Papáaaa!… Duque ha regresado; parece enfermo.
Al instante, salió de la vivienda el resto de la familia.
Nacho cogió al minino en brazos. Le acomodó encima de su cojín preferido. Después de lavarle  y curarle las heridas, le dieron agua y leche.
Avisaron a Don Carlos, el veterinario, quien llegó enseguida. Le examinó detalladamente y diagnosticó:
- Está muy débil; llevará varios días sin tomar alimentos. Necesita descansar para poder recuperarse - aconsejó.
- ¿Qué más podemos hacer nosotros? - preguntó Nacho.
- Darle mucho cariño y prodigarle atenciones. Vamos, como hacéis siempre - respondió el veterinario.
Poco a poco y gracias a los cuidados que recibía, Duque iba recuperándose por completo.
Romeo le cantaba durante la noche, a modo de nana, ayudándole a conciliar el sueño; también por la mañana, para despertarle.
Duque se sentía feliz y agradecido. La amorosa acogida de los miembros de la familia le enternecía. No hubo preguntas ni reproches, solo mimos.
Gato y canario consolidaron la amistad, compartiendo aventuras y juegos. Eso sí: el felino, para evitar malas tentaciones, comía antes de jugar con el pájaro.

FIN